Poemas

Retrato con un horario

Cuando me sacuden sueño y llanto
de los párpados, me ordena el día: despierta,
ya es hora, y despierto como por primera
vez, como el primer hombre sin mujer
ni destino todavía, y comprendo que sobrevienen
las cosas de la luz, las del difícil oficio
y de la vida, y todo sucede entonces
sin autorización y sin reclamo, y toco
de cerca la congoja, aliso la huella
persistente que mi cuerpo fue cavando
sobre las sábanas, para que no subsista
amenazándome el fantasma de la noche larga
con sus turbias resoluciones, me digo
espera, todo ha de pasar, no puede
quedar eternamente el cuchillo atravesando
tu cama de obstinado guerrero derrotado;
y en esperar voy endureciendo y gastando
piel y huesos, y se me va, como a todos,
la pequeña existencia entre cariadas
oraciones y basuras, en esta pobre cocina
de los días iguales.

                                ¿Quién pasa
sollozando sin retorno? Tras él y sus botellas
vigilantes salgo, recomienzo el mismo
cigarrillo de ayer, el mismo día de ayer,
y no tengo tiempo, no puedo más ir a buscar
cuatro pétalos en el trébol, ni acechar
la primera llovizna o la suicida estrella:
voy, muriendo, vamos muriendo poco a poco
mientras baja la marea, dejando restos
de edad, cartílagos de barcos confundidos
con el matemático esqueleto de peces
y planillas.

                   Y nuevamente paso lista
a las monedas, a las soluciones
restantes, recojo los pedazos del vidrio,
las noticias de periódicos amargos, las espinas,
con su goterón cautivo, porque ¿por qué
han de sonar a reloj, a latido, las órdenes,
los reclamos y los golpes a la puerta,
cuando la muerte suplicante viene
a fin de mes por su cuota, a fin
de semana, de día prohibido?

                                           Estorban
las horas de la luz y su paciencia, las horas
hábiles de la disculpa, perdónenme, denme
un plazo otra vez, buenos días señores,
y los anillos de tibia astrología, y el andamio
tambaleante, y el que nadando avanza y retrocede
a su puerto de ataúd sobre medida.
Y sin embargo, cuando atardece, cuando la vecina
cubre con su mojada enagua al cristo imperdonable,
cuando la sombra me enumera corredores
sin olvido, mis fotografías de familia
ocupan su lugar, su puesto fijo en la quincena,
rodean mis papeles, mi almohada que no encuentro
hasta el día siguiente.

                                      Y nos golpea el viento
de los hechos, quema el ácido de los años inútilmente
consumidos, empujan al gusano, adelántanlo
a conocer si serán éstos los últimos zapatos, castiga,
soledad, las coyunturas de parejas, y se conduele
el sueño, y nos aplaza la sentencia.
                                                         Duermo, de todos
modos, solo con estas cosas.
                                                         Espero, todo ha de pasar,
duramos obstinadamente, alguien acaba de nacer.
                                                         Y continúo.

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